Rajoy lleva mucho tiempo desaparecido de la escena pública de este país. La estrategia política que le han diseñado desde la calle Génova conlleva una limitación muy estricta de su exposición mediática y política. Rajoy no está, ni se le espera. Quiere evitar riesgos y resbalones, o asumir demasiados compromisos que le puedan perjudicar en sus aspiraciones electorales en la carrera hacia La Moncloa. Unas aspiraciones que, hasta la fecha, están basadas, únicamente, en datos demoscópicos. En su estrategia de cuanto peor para España, mejor para ellos, se adivina precisamente que el PP confía a los efectos de la crudeza de la crisis económica sus principales expectativas electorales, más incluso que a las capacidades, méritos y virtudes de su propio candidato. De ahí que el PP no esté ofreciendo a los ciudadanos ninguna alternativa. Ningún modelo ni proyecto político para contrastar. Aplican a rajatabla la máxima de que sin compromisos no hay riesgos.
Pero lo cierto es que hay quien no comparte esa apatía política y encuentra el terreno abonado para proyectar y amplificar sus opiniones y, a veces, ocurrencias. Lo de Álvarez Cascos es un buen ejemplo, y ya hablaremos algún día de ello. Pero de mucha más relevancia y calado político me parece la última aparición mediática del expresidente José María Aznar. Su conocida incontinencia verbal ha conseguido un doble objetivo: de una parte, reactivar el debate y la confrontación territorial, principalmente con Catalunya (su especialidad, desde que con la mayoría absoluta obtenida en el año 2000 se olvidó del “alto sentido de Estado” de CiU y de las “bondades” del Pacto del Majestic); y la de provocar que Rajoy saliera de sus aposentos, fueran cuales fueran, y se viera en la necesidad de romper con su estrategia del silencio para matizar, aunque solo fuera aparentemente, las declaraciones del presidente de su partido. Lo cierto es que a pesar de lo que puedan creer sus estrategas, los silencios y las ausencias también tienen riesgos: si no hay modelo, ni proyecto, ni alternativa, te lo pueden imponer. Y eso es exactamente lo que ha hecho Aznar.
Lo de Aznar no ha dejado a nadie indiferente. Ni fuera ni dentro de su partido: “El PP modificará el inviable Estado autonómico”. Y punto. Evidentemente esa aparición estelar puede que no interfiera en la concepción de Rajoy sobre la organización territorial de España, porque no la conocemos. Pero sin duda interfiere muy directamente en los proyectos de sus candidatos en las elecciones autonómicas del próximo 22 de mayo. ¿Qué deben pensar de eso Camps, Esperanza Aguirre o Núñez Feijóo? Porque una cosa es no exponer públicamente tu proyecto político, como ha decidido hacer Rajoy, y otra muy distinta es lanzar un proyecto recentralizador, de involución autonómica, que no persigue nada más que la confrontación territorial y que, en consecuencia, puede radicalizar a un electorado al que Rajoy quiere tener casi anestesiado. Una salida de tono de esa magnitud puede provocar la pérdida del espacio central del espectro político español al que Rajoy pretende seducir. De ahí que, ante la repercusión que iban adquiriendo esas manifestaciones, no tuvo más remedio que salir a matizar a su mentor. Y, nuevamente, la reaparición de Rajoy, forzada y no prevista en el guion, volvió a ser decepcionante, de muy bajo perfil, porque sólo se atrevió a afirmar que rechazaba una enmienda a la totalidad del Estado autonómico. Otra salida sin contenido. Otra intervención sin asumir compromisos. Otra oportunidad perdida de mostrar su proyecto, su modelo, su alternativa. En alguna ocasión el propio Aznar ha afirmado que el liderazgo de Rajoy sería bueno para España. ¡Claro, mandaría él!
Coherente y comprometida ha sido la réplica de Zapatero a la entrada en escena de Aznar, defendiendo el vigor y la vitalidad de nuestro Estado autonómico, así como su eficacia y su proyección de futuro. El PSOE tiene que ofrecer y defender su proyecto político de organización territorial de España. Tiene que liderar de una vez por todas la apuesta federal, la de la España plural. Sin dudas, sin vacilaciones y, sobre todo, sin complejos. Si no lo hace, el PP va a ganar la batalla, porque su modelo es más simple, más sencillo y más comprensible. Pero menos real, menos justo y menos moderno.
Article publicat a la Revista El Siglo el 24/01/2011