Resulta cansino escuchar cómo de modo recurrente hay quien se refiere a la teórica alma catalanista del PSC. ¡Como si en el PSC hubiera dos, o tres, o más almas! Esa división sólo la fomentan aquellos que tienen como único objetivo provocar tensiones internas. En el PSC no hay un alma catalanista. En el PSC hay sensibilidades, acentos, matices, debate, pluralidad, libertad. Es un partido progresista y abierto, fiel reflejo de la Catalunya real. Pero no hay almas, sectores o fracciones. Es el PSC quien es catalanista. En todo su conjunto.
Lo cierto es que aquellos que fomentan este tipo de debates en casa ajena lo hacen para hacernos olvidar sus propias contradicciones. Como su nombre indica, CiU es una federación de partidos, una alianza electoral. No son dos almas distintas. Son dos partidos distintos que concurren desde hace muchos años conjuntamente a todos los procesos electorales. Y lo suyo no es simplemente una cuestión de sensibilidades, de acentos o de matices. Tienen opiniones abiertamente opuestas en cuestiones vinculadas al debate identitario.
Desde hace aproximadamente un año, Convergéncia Democrática de Catalunya, liderada por Artur Mas y teledirigida por Felip Puig, está flirteando con el soberanismo político. Al calor del debate estatutario y en vísperas de la sentencia del Tribunal Constitucional tomaron la decisión estratégica de aprovecharse del auge puntual que el independentismo estaba empezando a experimentar y se abrazaron a una expresión un tanto ambigua como era la del derecho a decidir. El derecho de Catalunya a decidir no deja de ser un eufemismo acuñado expresamente para in-tentar situarse ideológicamente en las cercanías del independentismo, pero sin que ello llegue a asustar a una buena parte de su electorado tradicional, de carácter moderado y nada amante de las estridencias. Un intento de desplazar el centro del espacio político de Catalunya hacia posiciones más radicales pero de tal modo que permitiera, a la vez, preservar su carácter de partido nacionalista moderado que de forma responsable contribuye a la estabilidad de los gobiernos de España. Dicho de otro modo: abandonaron el discurso nacionalista moderado de Jordi Pujol para empezar a virar hacia postulados soberanistas, practicando lo que podríamos llamar un independentismo de boquilla que pudiese ser asumido en España.
El clímax de todo este proceso llegó la víspera de la Diada Nacional de Catalunya, el pasado 11 de septiembre, cuando el propio Felip Puig, rodeado de antorchas y banderas independentistas en pleno Fossar de les Moreres confirmó el viraje soberanista de su formación al grito de: "¡Independencia o decadencia!"
Cuando le oyeron desde el otro lado de la federación, a Unió Democrática de Catalunya, partido liderado y teledirigido por Duran i Lleida, se le debieron de poner los pelos de punta. Ni UDC ni su gente son ni han sido jamás independentistas. Acaso confederalistas, como llegué a oír en una ocasión en un intento desesperado de disimular tanta discrepancia pública. Pero nadie de UDC se va a atrever nunca a contradecir a Felip Puig, porque más allá de proclamas apasionadas y visiones contradictorias, hay un alma que les une eternamente y diluye todas las demás: el alma del poder.
Los socialistas catalanes no tenemos dudas. Ni dobles almas ni dobles discursos. Apostamos por el federalismo. Porque federalismo significa convivencia, respeto mutuo. Federalismo significa que lo importante no es pensar qué voy a sacar a los
demás, sino qué puedo compartir con ellos. Federalismo significa solidaridad y proyecto común: no busca imponer, sino contribuir. El federalismo no apuesta por caminos únicos, sino compartidos. Federalismo significa fraternidad, entendimiento,
acuerdo y diálogo; unión y libertad. Reconocimiento de las identidades y voluntad de compartir un proyecto común. Y Catalunya debe liderar esta apuesta federal. Porque no estamos dispuestos a que las disputas de banderas pasen por delante de la lucha por los derechos de las personas. De ahí que el PSC sea el único partido en disposición de buscar aliados, no sólo en Catalunya sino también en el resto de España, que sumen para construir este proyecto común. CiU hace ya mucho tiempo
que ha renunciado a hacerlo. Sólo fomenta la crispación, el distanciamiento y la inestabilidad. Y claro, ¡el PNV también se ha dado cuenta!
Article publicat a la revista El Siglo el 27/09/2010