Es conocido que el virus de la gripe A (H1N1) puede afectarnos a todos por igual. Aunque en algunos casos es grave y, en otros, poco más que un simple constipado, nadie se escapa a su posible contagio. La gripe A no entiende de clases, ni de ideologías, ni de fronteras. Es distinto, en cambio, lo que ocurre en los últimos tiempos con otro virus que se está extendiendo con cierta virulencia y que puede resultar tan lesivo, o más, que el anterior. Se viene hablando con cierta intensidad del alejamiento de los ciudadanos de la política y de la clase política. Recientes casos de corrupción pueden explicar esa desafección. Sin embargo, este virus, el de la desafección política, tiene una particularidad respecto al de la gripe A: se propaga mucho más hacia la izquierda que hacia la derecha del espectro político.
Es evidente que los votantes de izquierda son inflexibles en relación a la exigencia de comportamientos éticos en la gestión de los recursos públicos. En cambio, los electores de las formaciones conservadoras demuestran otro grado de exigencia. Recordemos, si no, los resultados obtenidos por el PP en la Comunidad Valenciana en las recientes elecciones europeas, ya en pleno escándalo por el caso Gürtel, sazonado con personajes que parecen salidos de una película de Berlanga, como el inefable El Bigotes. En Catalunya la reciente operación liderada por el juez Garzón parece haber afectado más al PSC que a CiU, a pesar de la presunta implicación de dos altos cargos del gobierno nacionalista muy próximos a Jordi Pujol, y de que esta formación ya venía arrastrando el asunto de la subvención del Palau de la Música a su fundación Trias Fargas.
Estos y otros sucesos han derivado en la consabida desafección, que quiere presentarse, principalmente por la derecha mediática, como algo "masivo" y que demanda medidas "urgentes". Pero ese mensaje va dirigido principalmente a los votantes de izquierda, principal grupo de riesgo y propenso a la infección de ese virus. La derecha es inmune. Créanme.
Los políticos de este país no salen de una órbita especial, sino que emanan de la sociedad civil. Por tanto estamos delante de un fenómeno, el de la corrupción política, que no ha surgido de la nada, sino que es tan antiguo como la historia. Ya Tucídides, en su obra La guerra del Peloponeso, nos habla de las intrigas y escándalos de corrupción que se producen en Atenas mientras su ejército combate contra el de Esparta. Y en la actualidad creo sinceramente que el porcentaje de corruptos es similar en todos los países. La diferencia reside en cómo se actúa por parte de los poderes públicos cuando se detectan.
El PSC ha actuado de forma ejemplar e implacable cuando ha detectado un caso de corrupción. Ésta esincompatible con el socialismo. Pero es evidente también que además de actuar, ahora es el momento de proponer iniciativas concretas. Los ciudadanos lo exigen y nuestra democracia lo demanda. La lucha contra la corrupción debe aumentar su eficacia contra los comportamientos individuales de personas que, con su actitud indigna, rompen el compromiso que tienen con sus conciudadanos, pero no debe ir contra la práctica política, absolutamente imprescindible en democracia.
Por eso es fundamental que para recuperar la confianza en la política y hacia la clase política se adopten cuantas medidas sean necesarias. "Ante la corrupción, tolerancia cero" decía hace pocos días el president Montilla. Los socialistas apostamos de manera inequívoca por una política crítica, transparente y con un máximo de autoexigencia. Precisamente por ello, el PSC ya ha anunciado la creación de un Contrato de Servicio Público con el objetivo de garantizar la transparencia de los ingresos y el patrimonio de los cargos públicos elegidos en las listas socialistas.
Ahora bien, como reza el dicho, que los árboles no nos impidan ver el bosque. Una sociedad democráticamente avanzada no puede cuestionar, en bloque, la honorabilidad de las personas que asumen responsabilidades políticas. Hacerlo sólo beneficia a la derecha y a determinados intereses de grupos de poder no sometidos a la sanción del sufragio universal, que pueden ver con simpatía el desprestigio del compromiso político como servicio público, que es la encarnación de la voluntad popular de la que se nutre la democracia.
Article publicat a la revista El Siglo 16/11/09