diumenge, 6 de maig del 2012
Cunado la mayoría absoluta no es suficiente
Hay un momento en la vida en el que uno se hace mayor. Es aquel momento en el que debe empezar a tomar sus propias decisiones, más allá de los consejos, las advertencias, las críticas, las opiniones o las sabias referencias a las experiencias y a las lecciones aprendidas del pasado. A partir de ese mismo instante, empieza a asumir la responsabilidad de sus propios actos. Y desde entonces ya no puede mirar atrás, ya no puede mirar hacia otro lado. Gobernar implica tomar decisiones. Y tomar decisiones conlleva la posibilidad de acertar, pero también el riesgo de equivocarse.
Descubrí hace tiempo que en la vida siempre hay que escuchar a los demás. Más que nada porque pudiera ser que llevaran razón. Aunque solo fuera en una pequeña parte. Por ello, actuar sin escuchar tiene además dos consecuencias añadidas. La primera, que uno asume íntegramente y en solitario la responsabilidad de sus actos y, por lo tanto, también, de sus consecuencias. Y la segunda, que ese aislamiento en la toma de decisiones puede llevarle a confundir, de forma perversa, la fuerza implacable del principio de la mayoría con la seguridad en el acierto de la decisión tomada. En otras palabras, se puede tener la fuerza de la mayoría sin tener razones de fuerza que avalen su decisión. Y, por ello, quedarse completamente solo a pesar de tener mayoría absoluta. La soledad puede ser muy fría aun teniendo los votos para hacer y deshacer. Y el Gobierno la empieza a percibir.
El influyente New York Times ha llevado recientemente a su editorial el sufrimiento injusto al que se está sometiendo a los españoles como consecuencia de la obsesión enfermiza por las políticas de recorte en el gasto público que está aplicando el Gobierno. Rajoy ha recortado por todos lados y aun así no ha conseguido generar ni crecimiento ni confianza. Ya casi todo el mundo coincide en señalar que la política económica basada en el fundamentalismo del déficit cero es errática y no genera crecimiento. No es una buena receta. Es injusta con quienes la padecen y encima no es eficaz. De lo que se trata es de adoptar medidas que permitan mejorar la competitividad del país, la productividad, la formación, la externalización de nuestras empresas, dinamizar nuestra política industrial y todo ello en un marco de fortalecimiento de la política europea. Y eso requiere inversión pública. Inversión como elemento revitalizador de la actividad económica. Hay, sin duda, una forma de hacer distinta. La que propone el Gobierno nos lleva irremediablemente al desastre. Es cuestión de tiempo. Debemos generar certezas y confianzas cuanto antes.
Rajoy ha sido elegido recientemente en una encuesta elaborada por el Gremio de Cerveceros de España como el compañero favorito para irse a tomar unas cañas. Eso me trae a la cabeza un artículo que el Nobel de Economía Paul Krugman publicó hace un par de años en pleno estallido de la crisis financiera en Estados Unidos. En ese artículo, titulado En busca desesperada de la seriedad, Krugman afirmaba: "(...) Cuando parece que el mundo se viene abajo, uno no recurre a un tipo con el que le gustaría tomarse una cerveza, sino a alguien que sepa realmente cómo arreglar la situación". Ahí lo dejo.
(Article publicat al Diari de Tarragona el 3/05/2012)