El acuerdo de financiación alcanzado la semana pasada supone un éxito en muchos sentidos. Es el éxito de la negociación, de la política, del respeto y la lealtad institucional. Del logro de un sistema bueno, justo y equitativo para Catalunya y para el conjunto del Estado.
Durante muchos años habíamos estado acostumbrados a que las negociaciones con el Estado en nombre de Catalunya las había llevado CiU desde sus posiciones de responsabilidad al frente de Gobierno de la Generalitat. A una forma de negociar, casi de mercadeo, que supuso la consolidación de una actitud de reivindicación constante con el Estado. De la expresión continua y permanente de un falso sentimiento de agravio colectivo.
En esta ocasión ha triunfado una nueva forma de hacer política. La de la negociación firme, pero flexible a la vez. La de la exigencia de las legítimas aspiraciones de Catalunya y la de la lealtad institucional en la negociación. Como no podía ser de otra manera, puesto que el objetivo era llegar al acuerdo.
Fíjense si llega a ser distinto el proceso, que incluso en las formas de su presentación nada tiene que ver con el anuncio del acuerdo de financiación que el año 2001 firmaron de forma desesperada CiU y PP. Aquél se selló en una cena en el Hotel Majestic. En la foto, Aznar con aires de mayoría absoluta y un Pujol muy debilitado políticamente que tuvo que pactar precipitadamente y a la baja un mal acuerdo para Catalunya. Sin embargo, el anuncio de este nuevo acuerdo se hace mediante una declaración institucional solemne del president Montilla en el Palau de la Generalitat. ¡Qué gran diferencia! En el fondo y en las formas...
Pero lo más sorprendente de todo este proceso ha sido la posición mantenida por CiU. Artur Mas se lo ha jugado todo a una carta. Duran no tuvo nada que hacer. Se la ha jugado al fracaso del proceso de negociación. A que todo saltara por los aires. A debilitar al Gobierno de la Generalitat y a prepararse para ganar las próximas elecciones. Una actitud que resulta francamente decepcionante, por no decir irresponsable, para un partido que ha gobernado Catalunya durante 23 años. CiU antepuso los intereses de partido a los intereses de país. ¡Qué torpeza! Patinazo histórico que sólo puede explicarse por las prisas de CiU por recuperar el Gobierno de la Generalitat.
La consecución de un buen modelo de financiación es fundamental para todos. Para un país entero, para los ciudadanos. Pero también para los Gobiernos que deberán gestionar esos recursos para garantizar una mejor calidad de los servicios públicos fundamentales. En definitiva, un buen modelo de financiación sirve para poder hacer política. Para hacer políticas. Y los recursos van a ser los mismos, con independencia de qué color político sea el president de la Generalitat. Por eso CiU debió entender que el nuevo modelo de financiación era una cuestión de país. Pero ahí estuvieron más despistados que patrióticos.
Y además cometieron un error de principiante. Para dificultar aún más la consecución del acuerdo, CiU entró de lleno en el debate de las cifras. Cuantificó las cantidades que el nuevomodelo tenía que aportar. Ignorando que lo relevante debe ser la definición del modelo. Y claro, el problema de entrar en un debate de cifras es que te las pueden igualar e incluso superar. Y así ha sido. Se ha conseguido un magnífico modelo de financiación que es expresión de la aplicación del Estatut con la máxima ambición. Y, además, los recursos adicionales que ese modelo va a aportar, no sólo son razonables, sino que además son muy buenos. Tan buenos que la reacción de todos los estamentos económicos, sociales y políticos así lo entienden y celebran.
Todos menos CiU, que está noqueada y aislada políticamente. Desconcertados porque la negociación ha sido exitosa; porque los tres partidos que conforman el Gobierno de la Generalitat siguen unidos y salen fortalecidos; por la reacción unánime en Catalunya y en toda España y, sobre todo, por la súbita sensación de error y de soledad. CiU se ha equivocado y lo sabe. Ha empequeñecido de un día para otro. CiU está sola y en la oposición (ahí con el PP, de nuevo). Pero aún está a tiempo de rectificar, de volver al consenso, de reconocer las virtudes del acuerdo y del modelo. Todo el mundo se lo está pidiendo. Que vuelva a la moderación, a la sensatez, a la unidad. Pero no lo va a hacer porque su orgullo le impide reconocer que alguien que no sean ellos pueda llegar a hablar y pactar en nombre de Catalunya y encima alcanzar un acuerdo que la respete. Eso es, ni más ni menos, que el triunfo del catalanismo político. ¡Y reconocerlo, duele!
Article publicat a la revista El Siglo 20-07-09